¡Y qué! Una nonada, una imaginación, una palabra seca que alguien nos ha dicho, una falta de acogida gratuita, un pequeño rechazo, el solo pensamiento de que alguien no cuenta con nosotros…¡todo esto nos hiere y nos indispone hasta el punto de no poder curar! El amor propio ataca a estas heridas imaginarias, no sabemos salir de ellas, estamos siempre metidos en ellas y ¿por qué? Porque estamos cautivos de esta pasión. ¿Qué es lo que nos hace cautivos? ¿Estamos en «la libertad de los hijos de Dios»? (Rm 8,21) ¿O estamos atados a los bienes, a las comodidades, a los honores?
Oh Salvador, nos has abierto la puerta de la libertad, enseñanos a encontrarla. Haznos conocer la importancia de esta sinceridad, haz que recurramos a ti para llegar a ella. Iluminanos, mi Salvador, para ver a qué cosas estamos atados, e introducenos, por favor en la libertad de los hijos de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario